Muy dura puede ser la vida de un niño, pero no cambia la manera en la que ven al mundo.


La inocencia es un don, un regalo que se nos concede durante esa breve etapa de la vida que llamamos infancia. Como niños, vivimos con una libertad única, donde el mundo es un campo de aventuras y cada día es un capítulo nuevo. No conocemos los límites que el tiempo y la experiencia imponen, y todo nos parece posible.

Cuando somos niños, vemos el mundo a través de un lente de asombro y maravilla. No cuestionamos demasiado; simplemente vivimos. El juego es nuestro trabajo, y la imaginación, nuestro vehículo para viajar a reinos lejanos. Las preocupaciones de los adultos nos parecen extrañas, incomprensibles, porque nuestras preocupaciones son de otro tipo: ¿Qué haremos después de la escuela? ¿Con quién jugaremos hoy? ¿A qué sabrá la comida de esta tarde?

A los 25 años, es posible que todavía sientas esa conexión con la niñez, y no es de extrañar. El recuerdo de aquellos días, de correr descalzo por el pasto húmedo, de comer fruta fresca directamente del árbol, de reír sin preocuparte por el mañana, es un ancla que nos mantiene conectados con un tiempo en el que la vida era más sencilla. Todos, en algún momento, deseamos regresar a esos días, a esa sensación de seguridad que solo la inocencia puede dar.

Los recuerdos de la infancia, incluso los regaños y las pequeñas travesuras, nos llenan de una calidez que el tiempo no puede borrar. Quién no quisiera, aunque solo por un día, volver a ser niño, a sentirse amado por esos pequeños gestos de cariño que parecían tan naturales entonces.

La vida de niño es más sencilla porque el corazón está lleno de esperanza y el espíritu, de curiosidad. La ilusión y la fantasía son parte de nuestro ser, y no hay preocupación que no pueda solucionarse con un abrazo o una palabra amable.

Ser niño es un estado de ser, una forma de ver el mundo con ojos frescos. Y aunque crezcamos y asumamos las responsabilidades que vienen con la edad, es importante recordar que dentro de todos nosotros, hay un niño que nunca deja de soñar. Un niño que, cuando las cosas se ponen difíciles, nos susurra que todo estará bien, que la vida sigue siendo un lugar mágico, y que siempre hay espacio para un poco de diversión y alegría.

  

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